viernes, 26 de noviembre de 2010

El problema de la realidad

Antes de leer ve este video aqui

El supuesto más importante de nuestro actual Paradigma es que no hay dioses influyendo en la realidad Física, justamente eso es lo que permitió que nos desligáramos de una cosmovisión mítica del Universo. Toda influencia todo efecto en la naturaleza proviene de causas propias también de la naturaleza.

Se supone que la realidad (el mundo Físico) no puede ser afectada por la irrealidad (el mundo Metafísico). Ahora, ¿cual es el criterio para establecer la diferencia entre lo real y lo irreal?

Si hacemos la siguiente pregunta veremos claramente la diferencia entre lo que consideramos real y lo que consideramos irreal:

“¿De qué están hechas las imágenes de nuestros sueños?”

Ésta es una pregunta total y absolutamente inútil e inválida dentro del paradigma Lógico, Científico-Físico y cultural actual ya que, dentro de él, nuestros sueños no son reales, pertenecen a un mundo irreal porque no están hechos de materia ni de átomos ni de energía. Si, hipotéticamente hablando, pudiéramos sacar un objeto de nuestros sueños, por ejemplo un automóvil, e intentáramos poner en colisión este automóvil onírico con un automóvil real, nadie esperaría que se produzca efectivamente un choque y vuelen pedazos del automóvil onírico con otros pedazos del automóvil real, por el aire.

Por la misma razón las cosas reales entonces, las cosas que existen en el Universo, deben estar necesariamente hechas de algo, eso es lo que les da existencia, eso es lo que determina todas sus características, su forma, su peso, su color, etc. De lo contrario las cosas no serían reales y, si invertimos este “experimento virtual” y en lugar de sacar un automóvil onírico para ponerlo acá, en la realidad, sacamos desde la realidad un automóvil real y lo ponemos en nuestros sueños, tampoco podría chocar con un automóvil onírico, por los mismos argumentos expuestos anteriormente.

De la misma forma en que dentro de nuestro paradigma Lógico, Científico-Físico, no cabe la intervención de algún o algunos dioses en los fenómenos naturales, tampoco cabe la intervención de nosotros (los seres humanos) con nuestros sueños o nuestras ideas o nuestras intenciones o nuestra mera observación. Evidentemente si resulta lógico y aceptable, dentro del paradigma, nuestra intervención cuando lo hacemos a través de nuestra fuerza física, motora o nuestros aparatos tecnológicos, pero insisto, en ningún caso debiéramos poder intervenir en la materia a través de nuestros sueños o nuestros pensamientos, porque nuestros pensamientos no son reales vale decir, no están hechos de materia.

Para que las cosas, cualquier cosa, cualquier ente, interactúe con otras cosas, con otros entes, deben tener algo en común que permita dicha interacción. Dentro de la cosmovisión que comienza a surgir con la filosofía, dentro de la cosmovisión que comienza a construirse con la filosofía, lo que tienen en común por ejemplo, un ser humano y una piedra y gracias a lo cual es posible que una actúe sobre la otra y viceversa es que ambas están hechas de algo material. Para Thales ambas estarían hechas, en último caso, de Agua y esa Agua sería la sustancia última sobre la cual se construye la estructura de todas las cosas, de todos los entes.

Dentro del primer paradigma (mítico) no existía un criterio claro desde el cual se pudiera distinguir lo real de lo irreal, incluso me atrevería a decir que tal discurso, tal forma de hablar, no era ni tan siquiera posible ya que todo eran dioses o estaba controlado por dioses, hecho por los dioses y por lo tanto todo interactuaba con todo. Los dioses e incluso los muertos podían hablarnos y darnos señales en nuestros sueños y también cuando estábamos despiertos.

Recién dentro del segundo paradigma (materialista), en dónde las cosas están hechas de algo (lo que sea), comienza a desarrollarse una forma de hablar en la cual estas distinciones entre lo real y lo irreal resultan posibles. El criterio fundamental que se utiliza para distinguir lo real de lo irreal dentro de la cosmovisión materialista imperante, está ligado precisamente con la materialidad. Este criterio materialista se ha sentado incluso como fundamento de racionalidad, como ya dije, si pensara que las imágenes de mis sueños pueden influir directamente en la realidad de mi vigilia, evidentemente se diría de mí que estoy hablando estupideces, se me llevaría a un siquiátrico o se me canonizaría (dependiendo del discurso que invoque y de los intereses que provoque).



Esto, que puede parecer sumamente trivial (dado los miles de años de costumbre mental), encierra una importancia radical en la cual un cambio de visión respecto a estos criterios involucra un cambio total en nuestra forma de ver y explicarnos el Universo y puede ser un interesante punto de partida (no fue éste el mío) para una reflexión que, de seguro, puede llevarnos a comprender la invalidez de todos nuestros criterios materialistas, deterministas, científicos. Muy pocas veces se ha cuestionado la idea de que las cosas deben estar hechas de algo sino todo lo contrario, esa pregunta se ha transformado en la pregunta ontológica por excelencia y ha sido validada durante milenios. En toda la experiencia científica se ha dado por descontado que todas las cosas deben estar hechas de algo. Justamente eso ha sido lo que ha impulsado la búsqueda de ese algo. Primero, desde la observación más simple, luego con microscopios ópticos y electrónicos y en la actualidad, incluso, se han construido mega aceleradores de partículas con altos costos económicos con el afán inagotable de continuar escudriñando la materia, buscando de qué está hecha, pensando que gracias a eso, podremos entender cómo funciona el Universo. El supuesto de que todas las cosas deben estar hechas de algo es tan fuerte que, el sólo hecho de plantear una interrogante al respecto, produce una “dislocación mental”, ese es el nivel de convencimiento que hemos desarrollado, curiosamente, contra toda experiencia.

Pienso que en realidad todo interactúa con todo, pienso que crear de manera artificial dos mundos (uno real y otro irreal) no tiene ningún sustento lógico ni sustento empírico, en otras palabras, todo indica que aquello que consideramos irreal afecta cotidianamente y de forma directa lo que llamamos real. Lo que explicaré más adelante (en otras publicaciones de este blog) es la forma en que se producen esas interacciones dentro del paradigma que estoy publicando paso a paso y que he llamado tercer paradigma o Teoría de la complejidad creciente.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Paradigmas y Cosmovisiones

Si entendemos Paradigma en el sentido que Thomas Kuhn le da a este concepto en “La estructura de las revoluciones científicas”, simplemente no podremos captar la profundidad de esta nueva teoría, ya que Kuhn reduce el concepto Paradigma a las hipótesis generales que definen los problemas y métodos legítimos de un campo de la investigación, dentro del marco de la ciencia, mientras que esta teoría es más bien una Cosmovisión totalmente distinta al pensamiento científico que, por tanto, debe desarrollarse al margen de la lógica científica, con un lenguaje nuevo en el cual el dialogo potencial con otras cosmovisiones resulta muy limitado. En otras palabras, la teoría de la complejidad creciente no postula un cambio dentro del sistema (como los describe Kuhn) sino un cambio de sistema.
Lo que pudiéramos entender como revolución científica en Kuhn es un cambio en la explicación de un mismo fenómeno pero sin salirse de la cosmovisión científica, por ejemplo, el cambio que se produce al entender la Luz como corpúsculos (en Newton), luego la misma Luz como ondas (en Young) y ahora último como ondas-corpúsculos (fotones) en mecánica cuántica. Pero esos cambios no escapan a la cosmovisión científica del Universo, en el cual éste se entiende como un conjunto de cuerpos (partículas), fuerzas y energías ciegas que, en su interacción, generan todos los fenómenos que observamos. Estos cambios, que se producen dentro del marco de la cosmovisión científica, son considerados por Kuhn como una revolución científica, como un cambio de paradigma lo que estrecha la mirada en torno a lo que llamamos cambio de paradigma.

Por otro lado, si entendemos Paradigma como sinónimo de cosmovisión validada o dominante, entenderemos la magnitud de lo planteado por esta teoría, que surge entonces como un tercer paradigma. El primer paradigma o cosmovisión dominante fue mítico, el Universo, en líneas generales, se entendía creado por dios o dioses (dependiendo de cada cultura) e incluso, una vez creado todo, los fenómenos que ocurren en el Universo eran entendidos como dioses en sí mismos (el viento eran los Anemoi controlados por Eolo para los griegos) o eran provocados directamente por dioses; El segundo paradigma o cosmovisión dominante surge y se desarrolla primero, de la mano de la filosofía, para luego desprenderse de ésta entendiéndose como una rama del pensamiento independiente que llamamos Ciencia, en donde el Universo es descrito bajo la hipótesis o idea del Materialismo Atomista dentro del cual se han producido cambios o revoluciones como las descritas por Kuhn.

Conocimiento universalmente válido:

Bajo la cosmovisión mítica no era posible ni necesario, es más, ni siquiera se pensaba en la posibilidad de alcanzar un conocimiento que tenga validez universal, las descripciones y explicaciones para los fenómenos observados dependían de cada cultura, por tanto, el conocimiento era siempre local. Cuando surge la filosofía, la pretensión primera de ésta es precisamente lograr una descripción del universo y sus fenómenos, que ya no dependieran de cada cultura, sino que fuera válida para todas las personas y pueblos independientemente de sus creencias particulares y locales. Se pensó que ello era posible porque se observaba que había una cierta armonía en el universo, una cierta regularidad que permitía hacer predicciones mucho más precisas que las que se conseguían, por ejemplo, consultando al oráculo, de hecho, los primeros filósofos alcanzaron reconocimiento justamente debido a la precisión de sus predicciones (se dice que Thales predijo el eclipse del 585 A.C.).

Si creemos que el Universo no es caótico sino que está sujeto a leyes que lo rigen, que producen y que ordenan los fenómenos del Universo y, por tanto, nos permiten hacer cálculos y predicciones muy precisas, la pregunta es obvia ¿En qué se sostienen las leyes de la naturaleza entonces? ¿Gracias a qué propiedad de la naturaleza en ella se pueden observan ciertas regularidades predecibles?.
La primera tensión, desde la cual se desarrolla la filosofía, tiene que ver entonces con el aparente desorden y caos del universo en movimiento y la necesidad de un patrón fijo, de algo que, dentro de los constantes cambios, se mantenga invariable y que, por tanto, sostenga esta armonía también observada e incluso, respaldada por el éxito de las predicciones y cálculos de los primeros filósofos (y, actualmente, de innumerables cálculos científicos). El primer problema que debe sortear la filosofía es encontrar ese patrón y, obviamente, no puede recurrir a la cosmovisión mítica precisamente porque esta cosmovisión no se considera racional ni natural sino que traslada cualquier posibilidad de respuesta a un “mundo” sobrenatural, a un “mundo” que se encuentra fuera de la naturaleza misma (metafísica). Si los fenómenos que ocurren en la naturaleza no dependen de seres (dioses) que están más allá de la naturaleza (sobrenaturales) entonces debemos encontrar sostener las leyes de la naturaleza en sí misma.
Si las leyes de la naturaleza se sostienen en la misma naturaleza, debe haber algo fijo e invariable en la propia estructura de la naturaleza, sin embargo eso entrañaba un enorme problema que surge como la primera tensión entre la observación y el pensamiento que da impulso así, al desarrollo de la filosofía. ¿Cómo explicamos las regularidades y armonías del Universo, que incluso nos permiten hacer predicciones muy precisas, si no hay nada fijo e invariable en la naturaleza? Evidentemente debe haber algo fijo e invariable entonces en la estructura de la naturaleza, algo que, a simple vista, no se logra captar pero que, lógicamente debe estar ahí, pues, si todo cambia constantemente (como parece ocurrir) no podría haber ningún orden, ninguna regularidad en los fenómenos naturales y por tanto ninguna posibilidad de predecir, de calcular la ocurrencia de ningún fenómeno.
Se pensó entonces que todos los cambios eran aparentes, que lo único que realmente existía debía ser algo invariable y fijo, todo lo demás debe ser una ilusión y si antes las “explicaciones” que se daban para entender los fenómenos de la naturaleza, se trasladaban a un “mundo” sobrenatural repleto de dioses, en ese minuto, las explicaciones finales comenzaron a ser trasladadas hacia lo profundo de la estructura de la naturaleza, buscándose primero a través del pensamiento y luego a través de los experimentos, una cosa, una substancia (physis) en la cual sostener los fenómenos, el comportamiento, las leyes de la naturaleza, de ahí surge el concepto substancia, que quiere decir, lo que subyace y que además se entiende como lo verdaderamente real, lo sustantivo, los sustancial, etc..

Con estos supuestos Thales se pregunta ¿de qué están hechas las cosas?, ¿en qué sostienen su existencia las cosas? generando la pregunta ontológica por excelencia que impulsaría, como ya dije, gran parte del quehacer filosófico y de la práctica científica posteriormente.
La respuesta que Thales da es que las cosas provienen y están hechas, en último caso (substancialmente), de “Agua”. El patrón universal, la constante universal, lo único que no cambia, dentro de todos los cambios que se observan, sería entonces el Agua.

Continuara...